viernes, 19 de diciembre de 2008

5.2 El falsacionismo de Popper
El criterio de cientificidad que propone Popper no pretende ser un criterio de significado empírico sino únicamente de "demarcación" y afirma que un enunciado o conjunto de enunciados es científico sólo si es susceptible de contrastaciones experimentales que determinen su falsedad, es decir, sólo si es falsable en principio. Un enunciado científico es para Popper un enunciado prohibitivo, un enunciado que, por su precisión y/o carácter universal, excluye la ocurrencia de determinados hechos y situaciones observables incompatibles con él y que constituyen el dominio de sus "falsadores posibles", ya que de ocurrir determinarían su refutación. Y cuanto más prohibitivo es un enunciado, más nos dice acerca del mundo, esto es, mayor es su contenido empírico y menor su probabilidad. En suma, según el criterio de cientificidad popperiano, los enunciados o sistemas de enunciados de una ciencia empírica han de ser inevitablemente arriesgados e improbables.
Popper defiende que el método científico consiste fundamentalmente en proponer hipótesis y teorías explicativas audaces y en contrastarlas, a través de sus consecuencias observacionales, no para verificarlas o confirmarlas, sino para intentar falsarlas y proponer otras mejores. La opción por esta metodología tiene para él una justificación lógica en la asimetría entre verificación y falsación, según la cual, si un enunciado universal no puede ser verificado concluyentemente por numerosos que sean los casos particulares a su favor, basta un solo caso desfavorable para que podamos concluir, mediante la aplicación del modus tollens, su falsedad. Al mismo tiempo, Popper afirma que no hay en la ciencia "procedimiento más racional que el método del ensayo y del error, de la conjetura y la refutación". No obstante, admite que es explicable que el científico, ante determinadas refutaciones de su teoría, no la rechace de forma inmediata sino que introduzca alguna hipótesis auxiliar que restituya el acuerdo entre la teoría y los hechos. Pero sólo son admisibles en la ciencia hipótesis auxiliares que puedan ser contrastadas aisladamente, de modo que su inclusión en la teoría en cuestión aumente el contenido empírico de ésta y, por tanto, su grado de falsabilidad. Las hipótesis que no cumplen este requisito son meras hipótesis ad hoc, típicas de las disciplinas pseudocientíficas y a las que no se debe recurrir en la investigación científica.
Si en un momento determinado una teoría ha resistido las pruebas experimentales a que ha sido sometida, la teoría ha "demostrado su temple" y se la considerará "corroborada". Pero el número de contrastaciones superadas por una teoría no basta para evaluar su grado de corroboración; para esto es preciso atender, además, a la severidad de dichas pruebas. Y cuanto mayor es el contenido empírico de una teoría y menor, por tanto, su probabilidad, más rigurosas son las pruebas experimentales a que debe hacer frente. Para Popper el grado de corroboración de una teoría se encuentra en relación inversa a su probabilidad lógica. De todos modos, aceptar una teoría o una hipótesis corroborada no equivale a considerarla verdadera o definitivamente establecida, sino simplemente merecedora de ser sometida a nuevas contrastaciones.
Los elementos falsadores o corroboradores de una hipótesis o teoría no son hechos concretos, sino los enunciados singulares que los describen: enunciados a los que Popper llama "enunciados básicos". Sin embargo, un enunciado de esta clase carece de una justificación última. Nuestra experiencia sensorial puede motivar nuestra aceptación de un enunciado básico, pero no puede probarlo lógicamente porque las relaciones lógicas se dan entre enunciados y no entre enunciados y sensaciones, que son fenómenos psicológicos. Por otra parte, los enunciados básicos han de ser científicos, aunque de bajo nivel, y esto significa que han de ser falsables. La aceptación de un enunciado básico en el curso de una contrastación es el resultado de una "decisión" de los científicos, que, aunque libre, no es meramente convencional o dogmática.
Por otra parte, no se trata de una decisión dogmática, porque da por válido un enunciado básico refutador al contrastar una teoría no implica considerarlo verdadero sino tan sólo lo suficientemente firme como para falsar dicha teoría; no es, por tanto, una decisión epistemológica, sino metodológica. Pero dado que los hechos aislados e irreproducibles carecen de interés en la investigación científica, sería insensato rechazar una teoría a partir de uno o unos pocos enunciados básicos esporádicos, que podrían ser casuales. Por tanto, lo que realmente refuta una teoría es una hipótesis de bajo nivel relativa al carácter no excepcional de los enunciados básicos; una hipótesis falsable, pero suficientemente corroborada. Esto significa que un experimento falsador tiene la estructura de un experimento crucial entre la teoría en cuestión y una hipótesis falsadora, en el que los enunciados básicos aceptados se convierten en corroboradores de esta hipótesis.
En sus consideraciones sobre la naturaleza de la metodología, Popper se muestra contrario al enfoque según el cual el estudio del método científico consiste fundamentalmente en la descripción de los procedimientos que han utilizado y utilizan los científicos y tiene, por tanto, un carácter meramente empírico. Insiste en que este enfoque, al que califica de "naturalista", es incapaz de conducir al descubrimiento de un patrón unificador de la multiforme práctica científica y defiende que la metodología es una disciplina claramente filosófica, cuyo interés es mucho más normativo que descriptivo. Por ello dice que no pretende afirmar que los científicos no han utilizado jamás el método inductivo, sino que este método es inútil e incluso origina incoherencias y que sólo una actitud falsacionista por parte de los científicos garantiza el aumento de conocimiento en la ciencia.

5.3 La nueva filosofía de la ciencia
La "nueva filosofía de la ciencia" se caracteriza por un intento por reivindicar la dimensión histórica, social y pragmática de la compleja empresa científica. Es, en cualquier caso, una crítica a la concepción de la ciencia de los positivistas lógicos y del racionalismo crítico popperiano. Del mismo modo que Popper sometió a una crítica implacable los resultados del positivismo lógico, Lakatos, Kuhn y Feyerabend someterán a crítica los presupuestos del racionalismo crítico popperiano.
El núcleo fundamental de la crítica de estos filósofos consiste en afirmar que los científicos no hacen lo que Popper y los positivistas afirman que hacen y que, por tanto, si queremos dar una descripción real del procedimiento científico debemos buscar por otro camino. Este camino requiere prestar una atención más detallada a los estudios históricos sobre la ciencia y a lo que los científicos hacen realmente, lo que quiere decir, en términos del problema que estamos tratando, prestar mayor atención al "contexto de descubrimiento" y menor atención al "contexto de justificación". Esta afirmación está más matizada en Lakatos y es mucho más radical en Kuhn y Feyerabend.

5.3.1 Lakatos
La ingenuidad del falsacionismo popperiano consiste, según Lakatos, en el supuesto de que una teoría queda falsada por un enunciado básico que entre en conflicto con ella. Este supuesto ni siquiera encuentra justificación en la filosofía de Popper, porque éste admite que un enunciado básico nunca puede considerarse probado por la experiencia y es posible, en muchas circunstancias, recurrir a hipótesis auxiliares que inmunicen a la teoría frente a los hechos. Además, la historia de la ciencia nos enseña que ningún experimento, por crucial que parezca, ningún enunciado básico y ninguna hipótesis falsadora son suficientes para falsar una teoría importante; para ello es indispensable que haya surgido otra teoría alternativa que se considere mejor que la anterior. De ahí que el falsacionismo popperiano sea para Lakatos una metodología apriorística, elaborada de espaldas a la práctica científica real e inaplicable a ella.
Teniendo en cuenta la función que Popper atribuye a las hipótesis auxiliares y el incremento de contenido empírico que éstas deben aportar, más que de una teoría aislada habría que hablar de una sucesión de teorías T1, T2, T3, ¼, cuyos miembros, a partir de T1, resultan de la introducción de hipótesis y cláusulas auxiliares. Estas series dinámicas de teorías, a las que Lakatos llama programas de investigación científicos, constituyen las unidades básicas de su metodología. En cualquier momento de la evolución de un programa de investigación es posible distinguir en su estructura un centro firme y un cinturón protector. El centro firme está formado por un reducido número de enunciados teóricos de alto nivel (postulados o principios de una teoría). Y al cinturón protector pertenecen, junto a las hipótesis auxiliares que permiten la continuidad del programa, teorías de nivel inferior, leyes particulares, estipulaciones acerca de la aplicación de los principios y las leyes, etc. Sin embargo, los aspectos estructurales de un programa son insuficientes para caracterizarlo plenamente, dado que se trata de una entidad dinámica. De ahí que conceda una especial importancia a su heurística, es decir, a las normas metodológicas, explícitas o implícitas, que los científicos comparten y que explican la evolución de un programa. Parte de estas normas tienen por objeto mantener al centro firme lejos del alcance de toda falsación y dirigir la flecha del modus tollens hacia el cinturón. Existe también en todo programa una heurística positiva, que orienta al científico respecto a lo que debe hacer. Se trata de una serie de normas referidas no sólo al modo de introducir o modificar hipótesis auxiliares sino también a la forma de mejorar el programa, reformulando el centro firme, desarrollando teorías complementarias, técnicas matemáticas y experimentales, etc. En este aspecto, la heurística de un programa permite al científico prescindir de ciertas "anomalías perturbadoras" de éste confiando en su futura solución.
Pero no todas las hipótesis auxiliares son igualmente aceptables y, por tanto, un programa puede evolucionar de forma incorrecta. Un programa es progresivo, o experimenta cambios progresivos de problemas, cuando cada nueva teoría en la serie T1, T2, T3, ¼, incrementa su contenido, es decir, predice hechos nuevos e incluso sorprendentes, y además tales predicciones se corroboran, al menos parcialmente. Un programa progresivo es aquel que conduce al descubrimiento de hechos nuevos e inesperados. Un programa es regresivo cuando no aporta nuevos descubrimientos, cuando se limita a dar explicaciones post hoc de hechos nuevos, conocidos casualmente. En este contexto introduce Lakatos su criterio de demarcación, según el cual una teoría o un cambio de problemas sólo puede ser considerado científico si, al menos, aventura nuevas predicciones. Es explicable, no obstante, que un programa de investigación que empieza siendo progresivo deje de serlo más adelante. De hecho todo programa acaba siendo, tarde o temprano, regresivo. Sin embargo, el carácter regresivo de un programa no obliga a los científicos a abandonarlo, sino que seguirá vigente hasta que surja un programa alternativo mejor, es decir, un programa que explique sus éxitos y muestre además mayor capacidad heurística.
No obstante, es posible que un programa, considerado regresivo durante una etapa, deje de serlo cuando algunas de sus predicciones obtienen una confirmación de la que antes carecían. Por ello Lakatos reconoce que no hay nada de irracional en que se siga defendiendo un programa de investigación incluso después de haber sido sustituido por otro. Y afirma que este tipo de indeterminación es inevitable en cualquier metodología. Insiste en que es preciso abandonar la antigua ilusión racionalista de establecer un método preciso, de aplicación fácil e instantánea que permita al científico tomar decisiones casi mecánicas. La investigación científica no está regida sólo por criterios lógicos y empíricos y en las decisiones de los científicos influyen factores difíciles de analizar.
Pero si no es posible establecer normas precisas que garanticen la racionalidad de las decisiones de los científicos, sí se pueden evaluar tales decisiones una vez que han sido tomadas: "sólo ex post podemos ser 'sabios'".

5.3.2 Kuhn
El modelo kuhniano surge básicamente de la investigación histórica, la cual muestra, a juicio de Kuhn, que gran parte del proceder científico viola las reglas metodológicas propuestas tanto por los empiristas lógicos como por los racionalistas críticos, y que ello no ha impedido el éxito de la empresa científica. Esta objeción de falta de adecuación histórica implica un profundo desacuerdo con el carácter normativo de las metodologías clásicas; el objetivo, para Kuhn, es dar cuenta del desarrollo efectivo de las creencias y prácticas científicas, tomando en consideración los estudios sobre su historia.
Kuhn encuentra que los métodos también evolucionan y cambian con el desarrollo de las distintas tradiciones de investigación. Pero entonces, si los métodos no son fijos ni universalizables, una teoría de la ciencia (una metodología) tiene que poder dar cuenta de su evolución. De aquí que la tarea de las metodologías se conciba ahora como la de ofrecer modelos del desarrollo y el cambio científicos, que permitan entender la dinámica de la ciencia no sólo en el nivel de las hipótesis y teorías, sino también en el nivel de los procedimientos de prueba y los criterios de evaluación.
La vía para abordar el problema de la racionalidad en la ciencia es la investigación empírica de sus mecanismos y resultados a través del tiempo. Los principios formativos y evaluativos se deben extraer del registro histórico de la ciencia exitosa, en lugar de importarlos de algún paradigma epistemológico preferido y tomarlos como la base de "La reconstrucción racional", a priori, de la ciencia.
Una tesis central del modelo de Kuhn es que la investigación científica que se realiza la mayor parte del tiempo (ciencia normal) es la investigación organizada bajo un mismo marco de supuestos básicos (paradigma). La investigación de este tipo se caracteriza por ser básicamente una actividad de resolución de problemas (enigmas), la cual está encaminada a lograr el acuerdo entre la teoría vigente y los hechos. El objetivo de esa actividad es resolver enigmas suponiendo la validez de una teoría (de las leyes fundamentales que la definen), ya que sin esa suposición ni siquiera se podrían plantear los enigmas.
Los filósofos clásicos, al no distinguir entre dos tipos básicamente distintos de investigación científica, la normal y la extraordinaria, fundieron y confundieron los procesos de evaluación que ocurren en cada una de ellas. Sin embargo, estos procesos presentan características notablemente diferentes, pues tanto aquello que se pone a prueba (lo que se contrasta), como la forma de evaluar los resultados, varían radicalmente en uno y otro caso. Durante los períodos de ciencia normal, se someten a prueba las hipótesis que permiten aplicar las leyes fundamentales de una teoría a situaciones específicas, es decir, se contrastan las conjeturas que permiten resolver problemas concretos, tomando como base la teoría establecida. Si una hipótesis o conjetura logra pasar suficientes pruebas, o pruebas suficientemente severas, de acuerdo con los criterios del paradigma vigente, la comunidad considerará que se ha resuelto el problema.
Tales contrastaciones no tienen por objeto la teoría establecida. Por el contrario, cuando el científico está ocupado en un problema de ciencia normal, debe contar con una teoría establecida que tiene como misión sentar las reglas del juego (Kuhn, T., "Lógica del descubrimiento o psicología de la investigación" en I. Lakatos y A. Musgrave (eds.), La crítica y el desarrollo del conocimiento, Barcelona, Grijalbo, 175, pp. 81-111)
En las teorías maduras o establecidas, en aquellas que han generado tradiciones fecundas de investigación se distinguen dos tipos de leyes: fundamentales y especiales. Las primeras son esquemas muy generales con escaso contenido empírica; más que leyes sean esquemas de leyes que orienta al crítico sobre gustar cuando quiere resolver un problema.
Las leyes fundamentales no se puede contrastar directamente con la experiencia sólo dan lugar a leyes especiales, es decir, leyes con un contenido empírico más definido, una vez que ha sido complementado con supuestos adicionales. Estos supuestos -que no se deduce de dichas leyes- son justamente los que especifica las distintas posibilidades de aplicación de una teoría.
El fracaso de una conjetura, al ser contrastada empíricamente, no implica el fracaso de la teoría (de sus leyes fundamentales), sólo indica que algo anda mal en la forma en que se intentó aplicar la teoría, o sea, en los supuestos adicionales. Y si bien puede ocurrir que se abandonen algunas de las leyes especiales y se siga manteniendo con toda confianza la matriz que la generó -la teoría-, nunca puede darse el caso inverso. Por tanto, las teorías no se ponen a prueba de la misma manera que sus aplicaciones.
El error de los filósofos clásicos ha sido suponer que "una teoría puede juzgarse globalmente mediante el mismo tipo de criterios que se emplean al juzgar las aplicaciones de una investigación particular dentro de una teoría". Sin embargo, una vez que una teoría ha alcanzado el estatus de paradigmática, deja de tener un papel hipotético y se convierte en la base de toda una serie de procedimientos explicativos, predictivos, e incluso instrumentales, que la presuponen.
Esto muestra que no existen las instancias refutadoras en sentido popperiano, es decir, resultados que por sí mismos impliquen el abandono de la teoría. Para que una anomalía pueda ser considerada como un auténtico contraejemplo, con la capacidad de refutar una teoría, se requiere que la existencia de una perspectiva teórica alternativa desde la cual se pueda emitir ese juicio.
El carácter de contraejemplo es por tanto relativo, pues el cuestionamiento global de una teoría sólo se da en la competencia con otra teoría rival que parece resolver las anomalías, y esto sólo ocurre en los poco frecuentes períodos de ciencia extraordinaria.
Los filósofos de la tradición, al suponer sólo un tipo posible de desarrollo científico -ignorando la distinción entre ciencia normal y extraordinaria-, extrapolaron a la totalidad de la investigación científica lo que sólo sucede en ciertos periodos. Los empiristas lógicos generalizaron el patrón de investigación normal, interpretándolo como una búsqueda de confirmación de las teorías. Los racionalistas críticos caracterizaron toda la actividad científica en términos que sólo se aplican a la investigación extraordinaria.
Del modelo de Kuhn no se desprende un rechazo de los métodos de confirmación y refutación, sino un esclarecimiento de sus límites y condiciones de aplicación. Sólo son aplicables al evaluar conjeturas con un contenido empírico definido (que no tienen las teorías), y en el marco de un conjunto de presupuestos o compromisos establecidos (paradigma). Esto no sólo significa que las teorías no se abandonan por refutación ni se aceptan por confirmación, sino también que estos métodos son insuficientes, por sí solos, para decidir sobre el éxito o el fracaso de las hipótesis más específicas. Sólo en el contexto de un paradigma está claro qué cuenta como evidencia, qué problemas son legítimos, qué soluciones son aceptables, etc.
Toda tradición de investigación normal se enfrenta, tarde o temprano, con anomalías que se muestran lo suficientemente reacias a solución como para minar la confianza de la comunidad en su enfoque teórico, provocando la búsqueda de posibles sustitutos. Entonces se inicia un período de ciencia extraordinaria, el cual eventualmente desemboca en una revolución, es decir, en el desplazamiento de un enfoque teórico por otro, y por tanto, en un cambio de paradigma.
En este período de investigación extraordinaria, los acuerdos básicos se resquebrajan, las "reglas del juego" de la ciencia normal pierden fuerza y su aplicación se vuelve cada vez menos uniforme. Como los científicos en esta situación "tienen la disposición para ensayarlo todo", proliferan los intentos de articulación de estructuras teóricas alternativas que permitan resolver las anomalías, hasta que una de ellas logra perfilarse como el candidato rival del enfoque anterior. Cuando esto ocurre, se inicia la competencia por lograr la aceptación de la comunidad pertinente.
¿Cómo eligen los científicos entre teorías en competencia?, ¿cómo se comparan teorías integradas en paradigmas rivales? Éste no es el tipo de competencia que se puede resolver por medio de pruebas. Esto es, resulta imposible encontrar procedimientos de decisión que se apliquen de manera uniforme y con total acuerdo a la manera como en las ciencias formales existen procedimientos que, aplicados paso a paso, permiten identificar los errores de una demostración o aprobarla como correcta.
No hay ningún algoritmo neutral para la elección de teorías, ningún procedimiento sistemático de decisión que, aplicado adecuadamente, deba conducir a cada individuo del grupo a la misma decisión (Kuhn, T.S., "Postscript-1969" a La estructura de las revoluciones científicas)
La elección entre teorías rivales no se puede resolver apelando a la lógica y la experiencia neutral -como pretenden los empiristas lógicos-, ni mediante decisiones claramente gobernadas por reglas metodológicas -como proponen los racionalistas críticos-, porque las diferencias que separan a las teorías rivales las hacen inconmensurables.

5.3.2.1 La tesis de inconmensurabilidad
Las revoluciones científicas no sólo muestran el reemplazo de principios teóricos fundamentales. También muestran el cuestionamiento y eventual modificación de otros componentes de la empresa científica que hasta ese momento se habían considerado evidentes o seguros: datos, objetivos, normas, procedimientos, técnicas, etc. Al examinar las diferencias que pueden surgir entre los defensores de teorías rivales, Kuhn encuentra el siguiente repertorio:
Cuando cambian los paradigmas, hay normalmente transformaciones importantes en los criterios que determinan la legitimidad tanto de los problemas como de las soluciones propuestas (Kuhn, T.S., La estructura de las revoluciones científicas, p. 109)
Por otra parte, "en el nuevo paradigma, los términos, los conceptos y los experimentos anteriores entran en relaciones diferentes entre sí".
Esta tesos kuhniana de que un cambio de paradigma lleva consigo cambios cruciales de significado -cambios en la red conceptual a través de la cual los científicos estructuran su campo de estudio- se refiere no sólo a ciertas variaciones en los términos teóricos, sino también en los términos de observación. Kuhn emprende una crítica de fondo a la tesis empirista de la existencia de una base observacional neutral y de su lenguaje correspondiente. Kuhn afirma que no hay observaciones puras, no contaminadas por nuestros sistemas de creencias, ni datos absolutamente estables. No sólo la interpretación de las observaciones depende del marco conceptual en el que se esté inmerso, sino también las mismas posibilidades perceptuales. "Lo que un hombre ve depende tanto de lo que mira como de lo que su experiencia visual y conceptual previa lo ha enseñado a ver". La "carga teórica" de la observación impide, por tanto, contar con un lenguaje completamente neutral en el cual se puedan expresar todas las consecuencias contrastables de dos teorías rivales.
Por otra parte,
los paradigmas sucesivos nos dicen cosas diferentes acerca de la población del universo y acerca del comportamiento de esa población. (ibid., p. 103)
Con esto Kuhn está apuntando a las diferencias en los compromisos ontológicos, en los supuestos sobre la existencia de entidades y procesos, y sobre su naturaleza. Estos compromisos inciden en la clasificación de los objetos, y repercuten en el tipo de experimentos que se diseñan y de observaciones que se realizan.
Kuhn concluye que los paradigmas rivales, junto con sus tradiciones de investigación normal, son inconmensurables. Por tanto, la inconmensurabilidad es una relación compleja entre paradigmas sucesivos, que abarca las diferencias en las normas de procedimiento y evaluación (diferencias metodológicas), en las estructuras conceptuales (diferencias semánticas), así como en la percepción del mundo y en los supuestos ontológicos.
Estas diferencias impiden que quienes entran en debate partan de las mismas premisas -y establezcan una comunicación completa-, por tanto no se puede probar, con base en una argumentación que todos acepten, que una teoría es mejor que otra. No se puede apelar a una experiencia (observación) neutral, ni a criterios de evaluación que sean universalmente aceptables. No existe una instancia de evaluación por encima de los paradigmas a la cual poder apelar en los períodos revolucionarios. Precisamente por eso son revolucionarios. La existencia de una instancia semejante significaría que, a fin de cuentas, no hay más que una única manera correcta de hacer ciencia, como han supuesto los filósofos que defienden la concepción clásica de la racionalidad científica.
Si no hubiera más que un conjunto de problemas científicos, un mundo en el que poder ocuparse de ellos y un conjunto de normas para su solución, la competencia entre paradigmas podría resolverse por medio de algún proceso más o menos rutinario, como contar el número de problemas resueltos por cada uno de ellos (ibid., pp. 147-148)
En los años setenta Kuhn restringe la inconmensurabilidad a la divergencia semántica entre teorías: dos teorías son inconmensurables cuando están articuladas en lenguajes que no son mutuamente traducibles. Esto es, la diferencia semántica entre teorías rivales es de tal naturaleza que impide que todos sus términos básicos sean interdefinibles y, en consecuencia, que sus enunciados sean intertraducibles. En el desarrollo de esta versión semántica se destacan las siguientes tesis: 1) "La comparación punto por punto de dos teorías sucesivas exige un lenguaje al cual puedan traducirse, sin pérdidas ni residuos, por lo menos las consecuencias empíricas de ambas". 2) En el caso de teorías inconmensurables, "no existe un lenguaje común en el cual se puedan expresar completamente ambas teorías, y al que por tanto se pudiera recurrir en una comparación punto por punto entre ellas".
De esta manera, la inconmensurabilidad queda ligada al fracaso de traducción completa entre teorías, fracaso que repercute en el tipo de comparación que se puede establecer entre ellas. Y queda claro que lo que la inconmensurabilidad impide es un tipo determinado de comparación, la "comparación punto por punto". También se infiere que la clave para llegar a esta situación hay que buscarla en un tipo peculiar de cambio semántico (un vocabulario puede sufrir diversos cambios de significado sin que ello conduzca a un fracaso de traducción, como sucede en los períodos de investigación normal).
Las teorías inconmensurables son teorías que entran en una competencia genuina porque pretenden "hablar de lo mismo", aunque utilizando algunos términos que no son mutuamente traducibles (fenómeno que había pasado totalmente desapercibido en la filosofía tradicional de la ciencia). Se trata, por tanto, de teorías que invitan a un juicio comparativo. La teoría de Ptolomeo y la de Copérnico se refieren a movimientos planetarios. Y es precisamente el que tengan un ámbito común de referencia lo que vuelve tan sorprendente el hecho de que sean inconmensurables.

Ahora bien, desde un punto de vista meramente histórico, el que "planeta" en la teoría de Ptolomeo no signifique lo mismo que "planeta" en la teoría de Copérnico puede ser considerado como un indicador más de lo que sucede en el avance científico. Sin embargo, este tipo de cambio semántico se vuelve un serio problema cuando se reflexiona sobre la comparación de teorías. A pesar de sus notables diferencias, se puede afirmar que estos modelos -tanto los que surgen del empirismo lógico como del racionalismo crítico- presentan una estructura básica común: primero se enuncian las consecuencias contrastables de las teorías en un lenguaje básico común, y después mediante algún algoritmo que establezca una medida de comparación de su verdad/falsedad -de sus grados de confirmación o de sus grados de verosimilitud, según la corriente filosófica-, se elige entre ellas con total acuerdo. Pero éste es justamente el tipo de comparación punto por punto que la inconmensurabilidad impide, lo cual revela que en la concepción tradicional se parte del supuesto de que "el problema de la elección de teorías se puede resolver empleando técnicas que sean semánticamente neutrales".

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